sábado, 6 de abril de 2013

Envenenado

Y resulta que tengo la maldición de todos los que tenemos el corazón envenenado. Los que llevamos un músculo muerto como carga de nuestra existencia. Como recuerdo de habernos enganchado a la droga que no debíamos, sin darnos cuenta de que cuánto más nos metíamos más nos destrozábamos.

Si me hubiese podido avisar a mí mismo antes de hacerlo, lo más probable es que igualmente lo hubiese hecho. Los efectos tardan bastante tiempo en aparecer, los primeros instantes solo rebosan felicidad y deseo que con el tiempo se transformaron en una pasión hueca que, con el fin de llenarse, de tener contenido, de tener sentido, te carcome por dentro, royéndote, gastándote y desgastándote hasta que no queda nada de tu ser.

Pero la fe ciega es la más peligrosas de las armas de convicción, y cuando uno se dispara a sí mismo excava su propia tumba y empiezas a caer lentamente en el profundo pozo intentando agarrarte a las angostas paredes que se van ensanchando según desciendes para no poder aferrarte a ellas y así frenar el destino que tú mismo te forjaste por seguir un deseo falto de razón, por hacerle caso a la única parte de ti que es incapaz de pensar, sólo de sentir. Y es cuanto más lejos ves la salida que más te ofuscas en tu empeño por conseguirlo sabiendo que estás jugando las últimas cartas que te quedan en la mano. Eso pasa por no haber jugado a otro juego, preferiblemente a uno al que sepas jugar, en vez de elegir uno desconocido contra un rival que te supera con creces en experiencia. Y con cada carta que echas sobre la mesa desaparece lo que en un principio podía haber sido una ilusión pura, un sentimiento verdadero para sustituirlo por un ansia y una rabia que terminan de contaminarte por dentro.

Y es cuando dejas de ver la luz que emanaba del punto del que partiste y todo se llena de oscuridad, cuando te das cuenta de en que te has convertido, o en que no te has convertido. Has dejado de ser tu para no ser nada. Perdiste tu identidad y te robaron la esencia. Tu cuerpo y mente han llegado al final del abismo pero tu alma se quedó arriba, encadenada a un sueño roto, esperando a que vuelvas.Y cuando ves que recuperar el pasado es imposible decides hacer lo más sensato, lo único que puedes hacer, caminar hasta encontrar una salida a otra parte, una bien lejos de allí.

La encuentras y sales. Ahora es solo cuestión de tiempo que te acostumbres a la claridad, te dice el resto del mundo, pero tu sabes que se equivoca porque nada podrá hacer que ese ser vacío que porta un corazón parado y que lo haces llamar "tú" vuelva a sentir algo similar a la primera vez.

Aún así lo intentas y es cuando cometes el último gran error de la larga lista que llevas anotada en tu interior para cuando tengas que repasar tus lamentables pasos por la vida ante las puertas de la muerte. De la misma forma que una manzana podrida pudre el cesto entero y una gota de aceite contamina cien litros de agua, un corazón envenenado es capaz de intoxicar cualquier otro que consiga abrir sus puertas, o cualquiera que le abra sus puertas a él. Liberado el demonio que lleva dentro envuelve a la presa en un manto de niebla y negrura, de luz y oscuridad, infectándolo lentamente, inyectándole la peor sustancia de todas.

Y de verdad que no quiero. Me odio. Me odio a mi mismo por no ser capaz de curarme, de unir los pedazos esparcidos de mi corazón y unirlos. Por no ser capaz de abrirle realmente las puertas a nadie, solo de entornarla un poco. Y lo que más odio es hacer daño a cualquier persona, saber que está sufriendo y seguir a pesar de hacerte sufrir a ti también. Es la peor de las maldiciones.

El amor mueve montañas, pero,como bien leí hace mucho tiempo, amar es destruir y ser amado es ser destruido.

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