viernes, 12 de abril de 2013

Del viento

Uno nunca olvida la sensación que le produce el terminar un libro que sabe que le ha cambiado su vida,o al menos su forma de percibirla. Ocurre una vez o dos en la vida. Ese único momento en el que antes de empezarlo y sin saber de que trata su contenido sabes que las palabras que se ocultan tras esas páginas son poderosas, van a ejercer un control sobre ti.
Fue lo que me pasó en su día cuando tuve entre mis manos El nombre del viento. Por la portada, un hombre envuelto en sombras en un camino rodeado de enredaderas, no hubiese sido capaz de adivinar lo que me esperaba, pero dio la casualidad de que si lo hice,y por eso, sin haberlo leído, supe que era especial.
Hoy me ha vuelto a pasar, he terminado por fin La sombra del viento y me ha recorrido la misma sensación. A pesar de que este libro no me lo he leído en un momento especial de mi vida ( a diferencia de su casi tocayo), ha marcado un gran impacto en mi. Lo que le falta a uno lo compensa el otro, y es difícil porque apenas les falta detalle. La sombra del viento cumplía lo que El nombre del viento hacía en menor medida, acercarme al personaje o historia. Si bien es cierto que no hay nadie que no se sienta dentro de la hostia con ninguno de los dos, La sombra del viento está ambientada en una ciudad que me conozco bien de un país que me conozco bien, Barcelona. He recorrido sus calles, las calles del libro. He recorrido sus cementerios, los cementerios del libro.Me conozco el lugar. Mientras que El nombre del viento era todo inventado.
Si bien es cierto que Julián y Daniel son casi iguales, me identifico más con la experiencia de Carax, y con la juventud y momento de Sempere. El tema de escribir siempre me gana.
Hoy he terminado con un libro que ocupa de ahora en adelante el primer puesto compartido en mi lista de libros favoritos. Y ya sólo con la primera frase de su continuación sé que me espera aún más, ya que define exactamente como descubrí que quería ser escritor, el momento:
"Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio."



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