lunes, 11 de febrero de 2013

Encerrado

Y que lo único que pido es lo único que no tengo, un hombro en el que llorar.

Tampoco es que sea la primera vez, uno se acostumbra a que su única compañía sea la almohada, capaz de soportar tus llantos aunque sin poder recibir consolación alguna por su parte. Tu cuarto se convierte en tu prisión, mas bien en tu refugio, tu prisión la guardas mas adentro, una prisión que te oprime el pecho hasta dejarte sin aliento, indefenso, temblando en tu cama de dolor, solo. Tu cuerpo deja de responderte, se vuelve torpe ante tus movimientos, aunque ya no tengas motivo por el que moverte. Te demuestra que tu no eres quien ejerces el control ya que no eres capaz de controlarte ni a ti mismo. Te niega hasta el capricho de soltar una lágrima, debe ser que se hartó de que fueras tan débil y al final te las secó. 

Pero aunque te impida llorar por dentro no frena el caudal que llevas dentro, las aguas tormentosas de tus pensamientos que chocan contra todas las paredes de tu ser, rompiéndote por dentro poco a poco, como las olas al chocar con las rocas de un acantilado, acantilado desde el que te apetecería saltar en estos momentos. Pero por fuera eres impasible,  por fuera eres esa roca que a pesar de recibir el fuerte golpe del mar se queda quieta, estática, incapaz de demostrar emoción alguna. Algún día llegará el momento en el que seré una roca tanto por dentro como por fuera, de hecho ya he notado que cada vez cuesta más sentir esas ya lejanas oleadas de sentimientos.

Es muy triste que tenga que verme en situaciones así para que se me demuestre que aún no he olvidado como sentir.  Pero tampoco es la primera vez. Porque lo único que pido es lo único que no tengo, un hombro en el que llorar...

No hay comentarios:

Publicar un comentario