lunes, 20 de mayo de 2013

Perdición


Ya no recordaba cuanto tiempo llevaba tras la pista de la figura que había creído vislumbrar entre la maleza y cada vez estaba menos segura de encontrarla. La tormenta seguía azotando la copa de los árboles, que la protegían en parte de la lluvia. Aunque nada la protegía de las ramas y raíces que crecían al nivel del suelo y que provocaban que se tropezara constantemente  y cayera de lleno sobre la tierra mojada. Las heridas y cortes en sus manos, codos y rodillas eran ya innumerables, y cada vez que surgía uno nuevo se preguntaba por qué su padre les había hecho emprender ese absurdo viaje tan de improviso sin tiempo para preparar siquiera una maleta de equipaje o al menos de coger una chaqueta, cada vez soportaba menos el frío que corría entre la arboleda, tal vez debería haberse quedado cerca del coche.

Un  relámpago inundó su campo de visión  durante un segundo le pareció escuchar su nombre, un ligero susurro que se perdía en la fluidez azotadora de la lluvia.

“Lucía….”

Su madre la debía estar llamando, aunque era raro, todo el que la conoce sabe que no le gusta que la llamen por su nombre de pila, siempre ha preferido los diminutivos. Aún así se giró en dirección a la débil llamada cuando un trueno cayó a su espalda y una bola de fuego se elevó en el cielo seguido del chirriante ruido de grandes piezas de metal saltando por los aires, el coche acababa de ser destruido por un rayo.

Sin creérselo todavía se quedó conmocionada observando el punto de fuego que se veía  entre los árboles cuando le pareció sentir un aliento gélido en su nuca y al  mirar con el rabillo del ojo durante un segundo le pareció que había alguien a su espalda, pero al darse la vuelta no había nadie. O eso creía porque entre la maleza pudo distinguir un par de formas humanas que la miraban fijamente con la cabeza agachada.

“ Lucía…”

-          ¿Papá? ¿Mamá?

Se acercó tímidamente para poder observarlos. Otro relámpago iluminó la escena. No, no eran precisamente sus padres, no del todo. Tenían los cuellos partidos y las cabezas les colgaban, al sonreír los dientes podridos y llenos de mugre y sangre, como el resto del cuerpo pálido y, sobre todo, el hedor a muerte.

Aterrorizada se dio la vuelta con la intención de huir y entonces lo vio, ante ella, su cara desfigurada a escasos centímetros de la suya. Sólo tuvo tiempo de gritar. Entonces se abalanzó sobre ella  y cayó en la oscuridad.

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