Ya no recordaba cuanto
tiempo llevaba tras la pista de la figura que había creído vislumbrar entre la
maleza y cada vez estaba menos segura de encontrarla. La tormenta seguía
azotando la copa de los árboles, que la protegían en parte de la lluvia. Aunque
nada la protegía de las ramas y raíces que crecían al nivel del suelo y que
provocaban que se tropezara constantemente
y cayera de lleno sobre la tierra mojada. Las heridas y cortes en sus
manos, codos y rodillas eran ya innumerables, y cada vez que surgía uno nuevo
se preguntaba por qué su padre les había hecho emprender ese absurdo viaje tan
de improviso sin tiempo para preparar siquiera una maleta de equipaje o al
menos de coger una chaqueta, cada vez soportaba menos el frío que corría entre
la arboleda, tal vez debería haberse quedado cerca del coche.
Un relámpago inundó su campo de visión durante un segundo le pareció escuchar su
nombre, un ligero susurro que se perdía en la fluidez azotadora de la lluvia.
“Lucía….”
Su madre la debía estar
llamando, aunque era raro, todo el que la conoce sabe que no le gusta que la
llamen por su nombre de pila, siempre ha preferido los diminutivos. Aún así se
giró en dirección a la débil llamada cuando un trueno cayó a su espalda y una
bola de fuego se elevó en el cielo seguido del chirriante ruido de grandes
piezas de metal saltando por los aires, el coche acababa de ser destruido por
un rayo.
Sin creérselo todavía se
quedó conmocionada observando el punto de fuego que se veía entre los árboles cuando le pareció sentir un
aliento gélido en su nuca y al mirar con
el rabillo del ojo durante un segundo le pareció que había alguien a su
espalda, pero al darse la vuelta no había nadie. O eso creía porque entre la
maleza pudo distinguir un par de formas humanas que la miraban fijamente con la
cabeza agachada.
“ Lucía…”
-
¿Papá? ¿Mamá?
Se acercó tímidamente
para poder observarlos. Otro relámpago iluminó la escena. No, no eran
precisamente sus padres, no del todo. Tenían los cuellos partidos y las cabezas
les colgaban, al sonreír los dientes podridos y llenos de mugre y sangre, como
el resto del cuerpo pálido y, sobre todo, el hedor a muerte.
Aterrorizada se dio la
vuelta con la intención de huir y entonces lo vio, ante ella, su cara
desfigurada a escasos centímetros de la suya. Sólo tuvo tiempo de gritar.
Entonces se abalanzó sobre ella y cayó
en la oscuridad.
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