lunes, 17 de diciembre de 2012

Una persona insignificante.

Y pegó un grito y acabó con todo. El cielo vibró. La tierra tembló. El mar se agitó. Todo se desdobló ante él, las nubes se esfumaron, las rocas salieron volando, el agua se alzó hasta cubrir su cabeza y el sol desapareció tras las inmensas cortinas que se elevaban. El suelo antes sus pies se resquebrajó formando grietas a su alrededor, una por cada una que tenía en el corazón. El aire se volvió pesado, casi tanto que era muy difícil respirar, pero él seguía gritando.

Poco a poco se alzó en el aire. Todo caía sobre él: mar, tierra, aire... pero nada llegó a tocarle, se disolvía antes de llegar a él, como sus recuerdos,  poco a poco. Ya no se distinguía arriba de abajo, mar de cielo, todo era uno y uno era nada mientras el aire se volvía cada vez mas irrespirable y el seguía gritando, en medio de ninguna parte, aunque ya ninguna parte existía. Tenía el mundo ante él, lo había tratado de la misma forma que habían tratado a él y ahora lo veía pasar ante sus ojos, como su mísera vida... puede que hubiera un motivo por el que luchar, un motivo para saber que es arriba y que abajo, que es tierra y que es cielo, que es una sola persona en este triste mundo... pero ya era demasiado tarde.

Y así, de súbito, dejó de gritar. Por una vez en la vida se relajó, y cayó desde una distancia abismal al vacío, donde fue engullido por las olas del mar, y todo volvió a la normalidad.

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