martes, 22 de mayo de 2012

Aislado

Se oía el lejano sonido de la lluvia, que no venía de fuera, sino de dentro de su alma. Sentado en una silla, encerrado en una cárcel que él mismo se había fabricado, cuatro paredes que le privaban del mundo exterior menos por una pequeña porción de luz solar que se filtraba por la diminuta rendija que dejó abierta en las persianas de su ventana. Lo suficiente para saber que más allá de su tormento y del cubículo que lo enclaustraban había un mundo que seguía su curso, un día soleado, pájaros que cantan, el amortiguado sonido del tráfico que difícilmente consigue llegar a sus oídos a través del cristal que lo separa del resto como una barrera inexpugnable, como una sólida pared de hielo, frágil, pero incapaz de romperse. Pues no era el muro que suponía las cuatro paredes lo que lo alejaba de la realidad, ni siquiera el rectángulo de cristal cerrado que le impedía ver y oír los detalles del transcurso del día, era la muralla que él mismo había construido en el fondo de su corazón, que estaba terminada y que lo separaba, lo separaba de un mundo que continúa sin él.

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