lunes, 20 de enero de 2014

Regalemos música

A veces desearía que la música fuera real, no una ilusión. No un conjunto de sonidos que transmiten emociones. No una melodía que provoca sensaciones. No el ritmo que suena al compás de los pensamientos que encerramos en la cabeza. No los sentimientos escondidos bajo las cuerdas de una guitarra, las teclas de un piano, los platillos de la batería, el arco del violín, el aire que recorre la flauta o hasta los dedos que tocan los botones de un sintetizador.

Poder despertarme un día y dedicarle una canción al mundo, sin barreras. Caminar por la calle y regalarle una nota tras otra a quién más lo necesite. Compartir la obra de mi vida, entregar mi partitura a cualquier persona y que mi orquesta toque. Que mi orquesta toque hasta que no pueda más, que yo no pararé.

Desearía encontrar un lugar en el que todos seamos capaces de vivir así. Un lugar en el que el dinero, los estudios o el trabajo fueran bienes innecesarios de los que no hubiera que depender para subsistir. Un lugar en el que pudieras expresar tu melancolía en forma de blues, tu felicidad en forma de pop, tu rabia en forma de rock, o del estilo que mas te apetezca.

Un lugar en el tus palabras y gritos ahogados sonaran con la mayor fuerza posible haciendo retumbar paredes y cimientos hasta que el mundo te comprendiera. Un lugar donde en cada sonrisa naciera la más bella de las melodías. Donde cada beso formara el mejor dueto jamás escuchado. Donde un abrazo fuera el mejor grupo que se pueda escuchar y las calles el mejor concierto al que se pueda asistir.

Un sitio en el que para alegrarle el día a una persona y darle fuerzas y motivación para seguir adelante sólo hubiera que decir:

- Tome, una canción. Para que vea que no está solo en este mundo.
- ¿ Por qué?
- Porque cada persona posee una voz, algunas más agudas, otras más graves, roncas, flexibles,suaves, profundas, fuertes, duras. Algunas sólo alcanzan a susurrar. Otras son capaces de gritar tan fuerte que arrasan todo a su paso. Algunas desgarran lágrimas a quienes la escuchan, y otras simplemente se desgarran. Pero todas forman parte del gran coro que está formado por todos y cada uno de nosotros. Una sinfonía común. Un acorde en acuerdo. Un canto en el que ninguna está por encima de otra, sino que se complementan suenen en la octava que suenen. Una gran y única voz en la que desde que falta una, deja de ser la misma, porque desde ese momento deja de estar completa, pierde la belleza musical que se escapa al entendimiento humano y que nos pasamos la vida intentando comprender.

 Por eso debemos cuidar los unos de los otros, porque cuando en algún lugar muere una persona su voz deja de ser escuchada, y por tanto la voz de todos se oye desde entonces un poco menos. Porque una orquesta con un músico menos puede tocar, pero no suena igual, se nota un vacío en ese puesto que ha quedado vacante, se nota un instrumento silenciado, se nota una pasión menos moviendo el ritmo de la composición.

Porque no hay un al unísono sin un todos. Y  un todos sin unísono. Todos al mismo tono. Todos al mismo tiempo. Todos.




La canción que regalo yo, la que he estado escuchando mientras escribía. Y aún estoy escuchando.


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