jueves, 12 de julio de 2012

Secretos

Plutarch gana: al final, Finnick está pálido, pero asiente.
Mientras Finnick toma asiento frente a la cámara, Haymitch le dice:
—No tienes por qué hacerlo.
—Debo hacerlo si la ayuda —responde él, haciendo una pelota en la mano con su cuerda—. Estoy listo.
No sé qué esperar, ¿una historia de amor sobre Annie? ¿Un relato de los abusos en el Distrito 4? Pero la historia de Finnick Odair toma un curso completamente distinto.
—El presidente Snow solía... venderme..., vender mi cuerpo, quiero decir —empieza con voz monótona y distante—. Y no fui el único. Si pensaban que un vencedor era deseable, el presidente lo ofrecía como recompensa o permitía que lo comprasen por una cantidad de dinero exorbitante. Si te negabas, mataba a algún ser querido. Así que lo hacías.
Entonces, eso explica el desfile de amantes de Finnick en el Capitolio. No eran amantes de verdad, sino gente como nuestro antiguo jefe de agentes de la paz, Cray, que compraba a chicas desesperadas para devorarlas y descartarlas; porque podía. Quiero interrumpir la grabación y suplicar a Finnick perdón por todas las ideas equivocadas que tenía sobre él, pero tenemos un trabajo que hacer y me parece que el papel de Finnick será mucho más eficaz que el mío.
—No fui el único, aunque sí el más popular —sigue diciendo—. Y quizá el que estaba más indefenso, ya que la gente a la que quería también lo estaba. Para sentirse mejor, mis clientes me regalaban dinero y joyas, pero yo descubrí una forma de pago mucho más valiosa.
«Secretos», pienso. Es lo que me dijo Finnick que le daban sus amantes, sólo que yo creía que lo hacía por decisión propia.
—Secretos —dice, como si me hubiera leído el pensamiento—, y por eso será mejor que permanezcas atento, presidente Snow, porque muchos de ellos son sobre ti. Sin embargo, empecemos con algunos de los demás.
Finnick teje un tapiz tan rico en detalles que no puede dudarse de su autenticidad. Historias sobre extraños apetitos sexuales, traiciones del corazón, codicia sin límites y sangrientos juegos de poder. Secretos de borrachos susurrados sobre almohadas húmedas en mitad de la noche. A Finnick lo vendían y lo compraban, un esclavo de los distritos, y guapo, sin duda, aunque, en realidad, inofensivo. ¿A quién se lo iba a contar? ¿Quién lo creería si lo hiciera? Sin embargo, algunos secretos son demasiado deliciosos para no compartirlos. No conozco a la gente que menciona Finnick (todos parecen ser ciudadanos importantes del Capitolio), pero, de escuchar el parloteo de mi equipo de preparación, sé la atención que puede atraer el más leve desliz. Si un mal corte de pelo generaba horas de cotilleo, ¿qué harán las acusaciones de incesto, puñaladas por la espalda, chantaje e incendio provocado? Mientras las ondas expansivas de conmoción y reproches sacuden el Capitolio, todos estarán esperando, como yo, a oír lo del presidente.
—Y ahora, vamos con nuestro buen presidente Coriolanus Snow —dice Finnick—. Era un hombre muy joven cuando alcanzó el poder y fue lo bastante listo para conservarlo. Os preguntaréis cómo lo logró. Pues sólo hace falta que os diga una palabra, con eso basta: veneno.
Finnick se remonta a la ascensión política de Snow, de la que no sé nada, y avanza hasta el presente señalando caso tras caso de muerte misteriosa de sus adversarios o, aun peor, de los aliados que podían llegar a convertirse en amenazas. Gente que cae muerta en un banquete o que muere poco a poco de manera inexplicable, empeorando con el paso de los meses. Se le echa la culpa a un marisco en mal estado, un virus escurridizo o una debilidad de la aorta de la que no se tenía noticia. Snow bebe de la copa envenenada para evitar las sospechas, pero los antídotos no siempre funcionan, así que por eso dicen que lleva rosas que apestan a perfume, para tapar el hedor a sangre de las llagas de la boca, que nunca se curan. Dicen, dicen, dicen... que Snow tiene una lista y nadie sabe quién será el siguiente.
Veneno, el arma perfecta para una serpiente.
Como mi opinión del Capitolio y su noble presidente ya era bastante mala de por sí, las acusaciones de Finnick no me sorprenden. Sí que parecen tener mucho más efecto en los rebeldes del Capitolio, como mi equipo y Fulvia; incluso Plutarch se sorprende de vez en cuando, quizá porque se pregunta cómo se le habrá pasado algún cotilleo en concreto. Cuando Finnick termina, siguen grabando hasta que él mismo tiene que decir:
—Corten.

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