jueves, 4 de octubre de 2012

Una tarde cualquiera



Es curioso, la vida está llena de pequeños imprevistos: giros inesperados, cambios repentinos, situaciones imprevisibles... pero nunca se saben cuando llegan. Algunos pueden ser tan banales como equivocarte de pie a la hora de ponerte los zapatos o encontrarte una moneda en el suelo, otros son más trascendentales e influyen bastante en las personas, puede que para bien o puede que para mal, el caso es que siempre los hay.

Ayer no tenía mi mejor día, había dormido poco porque me estaba recuperando de un dolor de barriga. Se me hizo tarde al salir de casa y encima no encontraba desde el día anterior las llaves de casa así que al volver del instituto me dispuse a buscarlas, pero no aparecieron, las había perdido, con las consecuencias que eso conllevaba.

Así que estaba yo tan tranquilo después de haber estado registrando mi casa durante horas para ver si aparecían cuando un móvil sonó, el de mi padre, y me dijeron que era para mí. Fue entonces cuando ocurrió uno de esos momentos que te cambian por completo el esquema. Resulta que hace mucho tiempo había invitado amablemente a unos amigos a que cuando quisieran vinieran a mi casa, así que me sorprendí cuando escuché la voz de una amiga decirme que se dirigían a mi casa, sin previo aviso, de repente. Estuve a punto de decirles que mejor otro día porque no era el mejor momento, estaba buscando las llaves, tenía que hacer deberes y recoger todo el desorden que mi infructífera búsqueda había provocado. Pero por un extraño motivo que no alcanzo a comprender accedí a que vinieran (pidiendo permiso antes) y salí de casa y me dirigí al parque en el que nos íbamos a reunir mientras iba escuchando música y disfrutando del paisaje.

Luego toqué el timbre de la casa de un amigo que vive cerca de mí y le dije que bajara, con lo que fuimos cuatro personas en total y los invité a pasar a mi casa donde les ofrecí comida y estuvimos un rato hasta que los dos amigos que me habían llamado tenían que irse, así que los acompañamos.

El resto de la tarde no la recuerdo muy bien a pesar de que fue ayer. Estuvimos paseando, jugando con una botella de plástico y haciendo que el tapón saliera disparado, empujándonos los unos a los otros contra un seto, tuvimos una dura batalla en la que usamos como armas un paraguas y un zapato (rompí el paraguas, yo era el que lo empuñaba), escuchando como sonaba el olor de la gasolina y, como no podía faltar, jugando al maduro y lleno de valores juego de "coche amarillo" entre. Lo que viene a ser una tarde cualquiera normal y corriente de mi vida. Finalmente nos despedimos de los que se tenían que ir y mi amigo que vive cerca y yo volvimos a casa, ya un poco tarde.

Puede que la gente a veces nos mirara como si estuviésemos locos, pero la cosa es que no me importó en absoluto. Había tenido un mal día y parecía que iba a ser igual hasta que acabara cuando llegaron mis amigos y consiguieron darle la vuelta a una tarde gris, que era justo lo que necesitaba. A veces nos ocurren cosas que pueden ser buenas o malas y nunca se sabe cuándo puede pasar, pero la cuestión es que siempre pasa, es algo que no se puede evitar, y a lo largo de nuestras vidas nos veremos forzados a darnos cuenta más de una vez, pero no por ello hay que desanimarse. Hay que pensar que igual que sin las cosas buenas no existen las malas, sin las malas no existen las buenas y una situación que puede parecer ser horrible, de repente se te puede convertir en una de las mejores de tu vida.

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